La pandemia ha cambiado nuestra vida para siempre. Hemos sufrido un impacto que ha afectado a la sociedad en todo el mundo, más allá de la raza, religión, cultura o nivel socioeconómico. Hoy todos tenemos las mismas inquietudes, desazones, añoranzas y angustias, y compartimos los mismos motivos. ¿Cómo podemos salir vencedores de esta pandemia?
el 40%
de la población ha experimentado síntomas leves de ansiedad y
el 23%
la población ha experimentado síntomas de depresión.
“Siempre sonreía, siempre estaba contento… ahora está retraído, sólo con su celular.”
“Al principio nos adaptamos bien a estar encerrados todos en casa. Pero con el paso del tiempo se me está haciendo cuesta arriba. Antes trabajaba todo el día afuera y ahora que lo hago desde casa, me cuesta aguantar a mi mujer y a los chicos.”
“Simplemente, ¡no puedo más! ¿Qué, además de todo tengo que enseñarles a mis hijos a multiplicar?”
“¡No soporto tener a mi hermano todo el tiempo encima de mí!”
“Tantos años viviendo juntos, y recién ahora me doy cuenta de que es un desconocido.”
Estas son algunas de las quejas escuchadas en sesiones de terapia en los últimos tiempos. La pandemia ha hecho evidente lo que ya existía, pero que no habíamos tenido oportunidad de darnos cuenta. Al comienzo de la pandemia la convivencia fue, en general, llevadera o aceptable. Pero ahora son muchos los que sienten que el COVID de alguna manera les ha arrancado el futuro, dejando a su paso incertidumbre, angustia y una extraña inmovilización.
La familia es un espacio de bienestar, calma y protección ante los desasosiegos de la sociedad. Sin embargo, en esta larguísima cuarentena, la convivencia impuesta ha generado todo tipo de situaciones, algunas muy lamentables. El Dr. Norberto Abdala, especialista en psiquiatría, hace interesantes reflexiones en su espacio en un periódico digital. Él escribe:
“La cuarentena genera una convivencia que impone de alguna manera conocerse de manera distinta, ya que no está la posibilidad de respiro o de evasión que permitía tomar distancia al salir y funcionar varias horas en el exterior… Aun en familias armónicas, que se ven obligadas a convivir las 24 horas los siete días de la semana, se incrementa el nivel de estrés y, más aún, si se convive en espacios reducidos…”.
De acuerdo con expertos en salud mental de Latinoamérica, España y Estados Unidos, en el primer semestre de la pandemia, y como consecuencia del aislamiento, el 40% de la población ha experimentado síntomas leves de ansiedad y el 23% de depresión.
Debido al confinamiento obligatorio, algunos estudiantes han sentido un gran alivio al tener que dejar de asistir a sus escuelas pues eran víctimas de acoso escolar o porque el desenvolvimiento interpersonal les generaba un gran estrés, encontrando por lo tanto, en el confinamiento, un refugio.
Pero en otros hogares lo que debería ser su refugio se convirtió en una prisión y centro de tortura, pues aquellas personas que resentían las limitaciones económicas y de espacio, descargaban su estrés sobre los que les rodeaban y no podían defenderse. Cuando una situación se vuelve infernal, quienes no tienen a dónde correr se vuelven víctimas, y algunos de ellos hasta suicidas. Es así que el Coronavirus es una enfermedad que ha terminado por enfermar a los sanos de ansiedad social.
¿Te identificas con alguna de estas situaciones? ¿Qué te está pasando? ¿Qué le está pasando a tu familia?
Casi todos nos hemos dejado llevar por un ritmo de vida inmerso en abundantes focos de atención que han estimulado nuestro interés, desviándonos continuamente de nuestra ruta, provocando nuevos anhelos y modificando nuestros objetivos. Poco a poco, con el paso del tiempo los lazos familiares se han ido difuminando o complicando, haciéndose cada vez más desechables o ambiguos. Es en medio de esa situación que el confinamiento obligatorio de la pandemia ha venido a revelarnos nuestra verdadera situación.
LAS CONSECUENCIAS DE LA PANDEMIA
Cada persona tiene una serie de mecanismos, ya sea físicos, afectivos y/o cognitivos, mediante los cuales se va adaptando a las circunstancias que va enfrentando durante su crecimiento. Esto conlleva una serie de crisis necesarias que van produciendo cambios que más tarde los transmitirá a sus descendientes.
En su teoría sobre la psicología del desarrollo, el psicoanalista Erik Erikson sostiene que desde muy pequeños hasta el fin de nuestros días, tenemos un proceso continuo de socialización con determinados desafíos en ciertas edades, agrupadas en “etapas de desarrollo” según la edad de la persona.
Esas etapas de desarrollo se ven ahora alteradas por la imposibilidad del curso natural en la convivencia humana. La incertidumbre está dejando su huella en cada uno de nosotros y de los miembros de nuestra familia. Si bien comienzan a vislumbrarse cambios, en realidad, mientras estemos en confinamiento, esos cambios solo están en gestación. El impacto se evidenciará cuando “retornemos a la vida normal”.
Mientras tanto …
El niño de hasta 3 años puede estar relativamente inalterado por no necesitar más que a mamá, papá, hermanos y/o quien conforma su núcleo social inicial de vida. La presencia constante de quienes constituyen su mundo puede conllevar una vida psíquica bastante nutrida y estimulada, permitiendo una buena fortaleza en la formación de su “yo” y logrando buenas bases para su confianza y autonomía. Sin embargo, si los adultos o niños mayores que conforman su mundo se ven afectados emocionalmente, creando un ambiente hostil, pueden generarle incertidumbre y angustia, inhibiendo su proceso de socialización.
El impacto de la pandemia en los más pequeños va a depender, entonces, del impacto que la misma haya tenido en las personas que conviven con él. Las crisis por vencer en esta etapa son la desconfianza o la vergüenza. Entonces, si el ambiente familiar que el niño respira es de alguna manera negativo, el niño tenderá a ser huraño, de escasa sonrisa, rebelde o apático a la convivencia, con una apegada dependencia a alguien o a algo.
Los niños de esta edad pueden ser el oasis del hogar. Nutrir sus vidas emocionales significa cultivar la esperanza para todos. Es a través de ellos que podemos significar aún más los momentos que se viven, por muy difíciles que estos sean. Son ellos el receso oportuno en medio de las inquietudes de los demás.
De los 3 a los 5 años comienza la curiosidad y el interés por otros niños. Es a través de su iniciativa que el niño logra asentar su autonomía, recién descubierta en su fase anterior, y su acercamiento a otros niños estimula este rasgo. Este es un período en que el temor a la vergüenza es lo de menos (a menos que no le haya ido bien en la etapa anterior). Por tal razón, su iniciativa es notoria: hace amistades muy fácilmente sin importar con quién; si se le reprime, se siente muy fácilmente culpable, aunque pareciera que no tiene que ver con él. ¿Por qué sucede esto? Porque su egocentrismo (percibe el mundo con él como centro) ha alcanzado un desarrollo muy evidente y forma parte de su desarrollo mental.
A esta edad, la frustración de no poder convivir con otros niños hace que sus pruebas de ensayo y error para socializar no surtan el efecto de aprendizaje social. Por lo tanto, dependen completamente de lo que dispongan en casa, por lo que se gesta un retraso en este proceso psicosocial. Por otro lado, si los demás miembros de la familia manifiestan los efectos negativos del confinamiento en diferencias y hostilidades entre ellos, el niño tenderá a sentirse culpable, y las relaciones tensas de los miembros de su familia serán su principal preocupación.
Comprender que el niño necesita ser estimulado a tener iniciativas, mostrando receptividad cuando estas llegan a suceder, puede ayudar a resolver las crisis particulares de esta etapa. La convivencia social pobre, sin embargo, deja en nivel de fantasía las posibilidades de un mundo en el exterior. Cultivar la esperanza es, sin duda, un antídoto para la ansiedad que se pudiera presentar por las limitaciones de convivencia.
Los niños de 6 a 12 años necesitan la convivencia con sus iguales. Sus ideas, creatividad, necesidad de aceptación y pertenencia, los impulsan a buscar la compañía de los niños de su edad. Por tal motivo, el confinamiento les causa desaliento, pues temen ser olvidados por sus amigos.
Esta es una edad de ideas nacientes que requieren ser compartidas y corroboradas por el pensamiento de otros niños. Por lo tanto, cuando el impulso laborioso de su etapa es frustrado, surgen complejos de inferioridad, inseguridades que terminan manifestándose a través de molestar a otros niños, que en este caso, podrían ser sus hermanos.
La crisis existencial de los púberes y adolescentes (y quizás algunos adultos muy jóvenes a quienes la búsqueda y afirmación de su identidad los empuja a cuestionar todos los principios aprendidos) les hace destacar contradicciones y confusiones hasta encontrar sus propias convicciones.
La pandemia suele afectar de un modo más contundente a este grupo, sin que esto signifique subestimar a los demás. El tipo de crisis que se vive a esta edad implica una gran sacudida existencial que se puede manifestar tanto en una gran ansiedad, como en una depresión por sentirse solos e incomprendidos.
En la medida de sus posibilidades, estos jóvenes encontrarán refugio en el contacto con otras personas a través de las redes sociales o juegos de vídeo. Incentivar el diálogo profundo con ellos, a la vez que incluir a Dios, puede ser un catalizador del ímpetu de su espíritu inquieto, abatido y resentido por las limitaciones de convivencia que la pandemia les impone.
Las personas de 20 a 40 y de 40 a 60 años, están en la búsqueda de con quién conformar y establecer su vida, o bien ya están en el proceso de la crianza de hijos, es decir, están viviendo su propio ciclo vital. El impacto de la pandemia será proporcional a la responsabilidad que tengan del cuidado de otras personas, ya que lo que les causa ansiedad es la incertidumbre de poder lograr el bienestar de los suyos. El estrés puede afectar su carácter haciéndolos impacientes, demandantes y rígidos, o bien, al llegar a su límite y no lograr resolver todas sus preocupaciones, distantes.
Este es el grupo que tiende a liderar a los otros, pues es el que está en el centro dinámico de la productividad y tiene responsabilidades más evidentes. Pero, por estar en pleno proceso de crianza, esto se resiente en su nivel de ansiedad. Es posible disminuir la intensidad del estado emocional si se proponen enfocar el rumbo hacia una mira que fortalezca su mente y su espíritu.
Quienes tienen más de 60 años, enfrentan diferentes crisis psicosociales. Algo que en general tienen en común es que han pasado la etapa de mayor responsabilidad en la crianza de los hijos y sus intereses están nuevamente más orientados a sí mismos, pero en esta ocasión con propósitos de trascendencia.
Aun así, al verse impotentes a la hora de enfrentar el COVID, los temores pueden volcarse en angustia. La soledad, el miedo y la depresión, amenazan con atrapar su mente y corazón. Sienten cómo este mal que afecta nuestro mundo los señala principalmente a ellos, y algunos hasta se rebelan oponiéndose a sentirse confinados o desolados, desafiando todas las medidas de precaución.
LAS ENSEÑANZAS DE LA PANDEMIA
“Cada adversidad, cada fracaso, cada angustia, lleva consigo la semilla de un beneficio igual o mayor.” Napoleón Hill
La pandemia nos ha dado la oportunidad de conocernos mejor con los que normalmente convivimos. Dar por sentado que lo que sabemos del otro es suficiente nos hizo comprobar lo muy equivocados que estábamos. Acompañarnos unos a otros en el conocimiento de los límites de nuestra paciencia, la forma en que hemos ido aprendiendo a tolerarnos, a recuperarnos y a comprendernos, nos ha ayudado a mejorar la convivencia.
Si nos lo permitimos, una experiencia así puede darnos un crecimiento significativo para bien de todos. Desde el principio de la pandemia ha habido una constante como medida de precaución: la higiene. Si queríamos hacer despensa o comprar algún fármaco, en la entrada teníamos que untarnos gel antibacteriano y tomarnos la temperatura. Si lo visualizamos como una parábola a nuestra vida… ¡Qué gran mensaje en este simple hecho!
Es necesario continuar con estas medidas, pero de manera integral en nuestras personas: hacer una limpieza emocional, soltar las cosas de nuestro pasado que ensucian nuestra actitud en la vida, con el prójimo o con nosotros mismos, hacer cambios, reconsiderar nuestras prioridades, depurando todo aquello que ha ensuciado la relación con nuestros más allegados, ya sea porque hemos sido hoscos o agresivos o porque hay mucho que perdonar. Pero las heridas aún son frescas, o demasiado viejas … limpiar es “desinfectar”, y desinfectar es parte de sanar.
El cuidar la “temperatura” para que no haya variaciones es también muy significativo para la vida personal. La fortaleza interna nos ayuda a no darnos por derrotados, haciendo actos desesperados o dejando aflorar la peor parte de nuestro ser. Es cuando más requerimos de serenidad y esperanza, pero ¿cómo hacer para lograrlo?
Haz un inventario de tu realidad actual
Hacer un inventario es una tarea sencilla de comenzar y desafiante de sostener, una tarea que implica fuerza de voluntad, comunicación, aliento y creencias que motiven la causa del esfuerzo.
Nutre tu fe y realinea tus convicciones
Muchas personas de pronto han comenzado a buscar a Dios y a participar en cadenas de oración, intentando encontrar a ese Dios desconocido para tantos, como si fueran niños que buscan otra oportunidad porque se portaron mal. Cuando hay remordimientos es que en el fondo sabemos que hemos obrado mal. Y es que excluir a Dios de la vida en algún momento resquebraja la integridad del individuo, haciéndose notorio, primero que nada, en la convivencia familiar. Si nutrimos nuestra espiritualidad, nuestra fe en el verdadero Dios, la posibilidad de que lo mejor de nosotros aflore y rinda frutos es muy elevada.
Fomenta la comunicación
Si bien somos seres sociales, la intimidad es una necesidad para volver a encontrar el balance. Sin embargo, el confinamiento impone límites en muchos sentidos, y uno de ellos es el área que se dispone tanto para la convivencia como para la “soledad deseada”. Esto se puede resolver con respeto y acuerdos. Por ejemplo:
Expresa lo mejor de tus sentimientos
El amor es el vínculo perfecto, es el motor principal de la vida, la cura que cubre las carencias más profundas y al que no se le debe confinar al hermetismo o al silencio.
Ejerce el perdón
Estar en casa tanto tiempo sin posibilidades de elegir sin consecuencias, asegura la tensión emocional: tarde o temprano la frustración, el estrés y el desánimo se harán presentes. Es entonces cuando se presentarán discusiones, altercados violentos o comportamientos hirientes. En algún momento sucederá, por el simple hecho de que la consistencia del carácter variará de acuerdo a las circunstancias y al estado anímico.
A veces nos herirán, a veces seremos nosotros los que heriremos. Guardar resentimientos sólo incrementará la tensión, aunándose la angustia o la depresión y debilitando la condición física de nuestros cuerpos.
Organiza una rutina
Una rutina es predecible y metódica, por lo que en mediano plazo permite una sensación de seguridad y confianza, facilitando una “normalización” dentro de la situación tan singular en que vivimos.
Fomenta tiempo de recreación conjunta
Seguramente el tiempo de ocio está presente: quizá miren TV, lean, jueguen con aparatos electrónicos, pero de manera aislada y en horas distintas. Esto no está mal, y menos aún si ya se ha organizado una rutina. Respetar los espacios de esparcimiento personal es sano y refrescante. Pero de lo que aquí estamos hablando es de:
Podemos vislumbrar que vale la pena tener como prioridad las cosas trascendentales, aquellas que sobrepasan el valor de la comodidad y el dinero. El modo en que usamos nuestro tiempo define el grado en que cuidamos la integridad de nuestro ser.
En mayor o menor medida, todos estamos sufriendo los efectos de la pandemia. Pero no estamos solos. Jesucristo, Dios hecho hombre, experimentó en carne propia el sufrimiento cuando estuvo en este mundo. Su sufrimiento mayor, la muerte en una cruz, tuvo como objetivo el bienestar temporal y eterno de todas las personas de todos los tiempos, incluidos tú y yo.
Cuando nos llegan sacudidas grandes, como en esta ocasión el COVID, tenemos la oportunidad de recuperar la sensibilidad y reordenar nuestras prioridades. Pero quizás sintamos que los obstáculos son demasiado grandes y que solos no podemos vencerlos. Si es así, no debemos tener miedo de pedir ayuda profesional. En nosotros está el hacer de esta crisis una pérdida de tiempo, o una oportunidad para mejorar la sociedad que nos rodea y edificar nuestra renovación.
Al final habremos crecido, seremos más sabios y mejores personas.
“Alabado sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de toda consolación, quien nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que, con el mismo consuelo que de Dios hemos recibido, también nosotros podamos consolar a todos los que sufren.”.